Javier Díaz-Albertini

En los años 50, los precursores de la informática se preguntaban cómo podían determinar si una máquina era inteligente; es decir, evaluar si una máquina puede exhibir un comportamiento inteligente similar al de un ser humano. Una de las propuestas fue la prueba del reconocido matemático Alan Turing.

Durante la prueba, uno de los humanos funciona como el interrogador, mientras que el segundo humano y una computadora funcionan como encuestados. El interrogador pregunta a los encuestados dentro de un área temática específica, utilizando un formato y contexto específicos. Después de un período de tiempo preestablecido o un número de preguntas, se le pide al interrogador que decida qué encuestado era humano y cuál era una computadora. Si no logra diferenciarlos correctamente, se ha mostrado una inteligencia que simula a la humana, a pesar de ser artificial. En resumen, consiste en una conversación escrita entre un juez humano y dos participantes, uno humano y otro una máquina, donde el juez debe determinar quién es quién.

La prueba se ha utilizado frecuentemente para simular el diálogo entre un psicólogo y su paciente. La máquina actúa de psicólogo y plantea las preguntas, que son respondidas por un humano o una computadora. Al final del ciclo se le pide al juez ciego que determine si alguno es humano. Se considera que es una inteligencia artificial si se logra un mínimo del 30% de acierto.

He hecho un breve ejercicio: he comparado la reacción de Dina Boluarte ante la negación de autorización para ir al funeral del papa Francisco, con la respuesta que me dio ChatGPT al preguntarle qué beneficios nos daría la visita de la presidenta al Vaticano.

Comparé las respuestas y la de ChatGPT resulta ser más lógica y completa. Mientras que Dina dijo que, por mezquindad, no habían reconocido que era una oportunidad para atraer inversión extranjera y turismo. ¿Qué tiene que ver el Papa con la inversión extranjera y el turismo? No se le ocurrió al ChatGPT dichas incongruencias; por el contrario, hizo hincapié en las posibilidades de acercar al pueblo católico peruano al Vaticano y afirmar la presencia del Perú con la Santa Sede y los líderes mundiales presentes.

Nos muestra, una vez más, que para gobernar muchas veces es mejor no usar la inteligencia, sino hacerse el tonto.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Javier Díaz-Albertini es Ph. D. en Sociología

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