Renzo Giner Vásquez

Es el 9 de julio del 2004 cuando una llamada resuena en una casa de Buenos Aires.

—“Hace una hora que los estoy llamando, ¿qué pasa?“

—“Padre, lo siento. Dejé mal colocado el teléfono... mi casa es una fiesta”.

—“¡Felicidades, felicidades! Déjame ver la agenda para saber cuándo lo podemos bautizar. ¿Dónde lo bautizamos? ¿Le parece en su parroquia de Niño Jesús de Lugano?"

A un lado de la línea estaba , entonces arzobispo de la capital argentina y pieza clave para que Marcelo Pivato, quien atendía la llamada, y su esposa, finalmente cumplieran el sueño de ser padres al adoptar al pequeño Jose Luis, de entonces nueve meses.

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La muerte del papa Francisco, el último 21 de abril, dolió especialmente en dicho hogar. “A mí se me fue un amigo que Dios quiso que fuese Papa”, cuenta Pivato a El Comercio.

Para recordar la vez que se conocieron hace falta retroceder hasta 1996, cuando Pivato presidía el Rottary Club de Villa Lugano, el segundo barrio más grande de Buenos Aires.

El entonces arzobispo coadjutor Jorge Mario Bergoglio acudía a una capillita de ahí, donde brindaban un taller para madres protegidas en el centro comunitario San Cayetano. Ahí tuvimos un primer encuentro, pero no quedó mayor anécdota de eso”, señala.

Sería recién en 1999, cuando Pivato fue nombrado director general de educación del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, que iniciaría la amistad. Cabe resaltar que el 51% de alumnos bonaerenses acuden a escuelas públicas gestionadas por privados, la mayoría de ellas pertenecientes a la Iglesia Católica.

Si bien el arzobispado contaba con un vicario de educación, Bergoglio siempre se aseguraba de tener un reporte personal sobre la situación. “Así fue que la primera vez que nos encontramos y donde tuvimos oportunidad de charlar fue en el centro de la ciudad durante la festividad de Nuestra Señora de Montserrat, en abril de 1999″, recuerda.

A la izquierda, Marcelo Pivato. A la derecha, Jorge Mario Bergoglio. La amistad entre ambos inició en 1999 por su trabajo por la educación en Buenos Aires.
A la izquierda, Marcelo Pivato. A la derecha, Jorge Mario Bergoglio. La amistad entre ambos inició en 1999 por su trabajo por la educación en Buenos Aires.
/ Archivo Personal de Marcelo Pivato

La amistad entre ambos fue creciendo cuando Pivato se convirtió en Subsecretario de Educación Pública de Gestión Privada del Ministerio de Educación. Tras la caída del gobierno de Fernando de la Rúa, tomó la decisión de renunciar al cargo pero antes de ello acudió a Bergoglio para agradecerle por el acompañamiento. El arzobispo le dijo que entendía pero que igual "sabía que seguía contando con él”.

Y así lo demostró dos años más tarde.

Lo seguimos visitando junto a mi esposa y mi familia. Antes de la Navidad del 2003 le conté que habíamos tomado la decisión de adoptar y él terminó dando testimonio ante la justicia de quiénes éramos nosotros. Independientemente de que hicimos los trámites como cualquier hijo del vecino, su testimonio nos ayudó a que podamos adoptar a nuestro hijo”, recuerda emocionado.

Fue entonces cuando sucedió la llamada con la que iniciamos esta historia. El bautizo se terminó realizando el 23 de octubre del 2004 en la parroquia de su barrio. Bergoglio ofició la misa pero no asistió a la fiesta posterior. “Yo sabía que no era porque no nos quería sino que no encontrarás una foto suya en una fiesta social, pero no rechazaba un locro o unos tallarines que le ofrecían en la Villa 31″.

- Sólidas convicciones -

Hay lineamientos que potenció siendo Papa, pero que los llevaba desde toda su vida. La austeridad, la humildad, la sencillez”, remarca Pivato antes de comenzar a recitar una serie de episodios que demuestran su punto.

Con miras al Corpus Christi del 3 de junio de 1999, el primero que celebraría como arzobispo de la ciudad, Bergoglio fue consultado sobre la vestimenta que usaría en la celebración. “Pidió un presupuesto y cuando vio lo que valía se negó a mandarlo hacer. Pidió utilizar la ropa que había dejado su fallecido predecesor, Antonio Quarracino. Pero Quarracino era un hombre grueso y él muy flaquito, así que comenzó a preguntar quién de las hermanas sabía coser. A las que dijeron que sí les pidió que le ajustaran la ropa del excardenal”, ríe Pivato al recordarlo.

Experto en la ruta de colectivos y horarios del subte, dos medios con los que se manejaba por toda la ciudad, Bergoglio solía rechazar las ofertas para trasladarlo en vehículos oficiales y con chófer. “A mí me daba vergüenza porque yo iba en auto oficial y con chofer a la misa o a los onomásticos de los colegios católicos, mientras que él venía en colectivo. Cuando salíamos le ofrecía llevarlo, pero respondía que no, ‘acá tomo la 15 que me deja en Rivadavia’, decía”.

Pivato asegura que todas esas cualidades se potenciaron cuando fue ungido como el vicario de Cristo. “En Buenos Aires su lenguaje era más encriptado. No quiero decir que acá escondiera sus posturas, pero tuvo batallas con líderes políticos e incluso con algunos sectores de la Iglesia. Si hace una recopilación de fotos en Buenos Aires tenía gestos más adustos de los que tuvo como Papa. Era un hombre con muchísima consciencia social, nunca hizo una puesta en escena de su acercamiento al pobre, al vulnerable, él lo vivía realmente. La misma preocupación que tenía al asomarse por la ventana y ver que en Rivadavia se juntaba la gente enojada para reclamarle al gobierno durante 10 días desde la Plaza de Mayo luego la tuvo por las grandes tragedias del mundo, por eso digo que el papado lo potenció”.

Sus posturas políticas lo llevaron a convertirse en un personaje incómodo para los gobiernos de turno en Argentina, por eso cuando en el 2005 viajó a Roma para participar del cónclave en el que posteriormente se elegiría a Benedicto XVI como el nuevo Papa, Pivato lo llamó.

Padre, volverá a Buenos Aires, ¿cierto?“.

Sí, Pivato, vuelvo. Quédese tranquilo que vuelvo”.

Así lo hizo y a su retorno se reunieron para conversar. “Una de las primeras cosas que me dijo fue que antes de irse a una biblioteca de lujo del Vaticano prefería ser párroco de San Pantaleón, una parroquia ubicada en la zona sur de Buenos Aires, muy humilde y a la que él iba todos los meses para oficiar misa. El colectivo lo dejaba a unas cuadras, saludaba a los comerciantes, se tomaba un mate en una de las llanterías y de ahí se iba a la parroquia”, narra.

Se le tildó de simpatizar con el peronismo, yo no sé si lo fue o no pero lo que sí sé es que fue crítico de los gobiernos peronistas, no fue cómplice ni asociado. Luego, en Roma, también libró batallas con los sectores más conservadores. Él decía con gracia que lo que decía lo tomaban los comunistas por un lado y los de derecha por otro lado, pero que ni siquiera a Dios lo querían todos”, agrega.

Durante su última reunión, Pivato le preguntó a Francisco si era cierto que Benedicto abdicó porque no sentía más a Dios. "Me dijo que no era cierto", asegura.
Durante su última reunión, Pivato le preguntó a Francisco si era cierto que Benedicto abdicó porque no sentía más a Dios. "Me dijo que no era cierto", asegura.

- Bergoglio es Papa -

El 13 de marzo del 2013 la madre de Pivato lo llamó llorando. “¡Bergoglio es Papa, es el Papa!”, le alcanzó a decir. “¡Bergoglio es Papa!“, gritó su esposa segundos después desde su oficina. Tras los llantos de alegría, Marcelo Pivato acudiría a un amigo sacerdote para hacerle llegar una carta que el nuevo Papa respondería con un correo saludándolos.

El 26 de noviembre de ese año mi hijo realizó su Primera Comunión en la misma parroquia donde fue bautizado, le avisé al Papa y le expresé que queríamos ir a verlo. ‘¿Cuándo viajas?‘, me preguntó. A los dos días viajamos para que tome la segunda comunión en la Casa de Santa Marta, en el Vaticano“, recuerda.

En noviembre del 2013 el hijo de Pivato recibió su Segunda Comunión en la Casa de Santa Marta, en el Vaticano.
En noviembre del 2013 el hijo de Pivato recibió su Segunda Comunión en la Casa de Santa Marta, en el Vaticano.
/ Archivo Personal de Marcelo Pivato

Uno lo ve entrar y ve al Papa, pero él siempre tuvo la particularidad de que a los dos minutos lo vieras como el amigo de siempre. En todos los mails comenzaba con querido hermano y terminaba con una bendición, fraternalmente Francisco. La fraternidad no era una palabra para él, lo ponía de manifiesto en el cara a cara”, explica.

A lo largo de su papado Pivato visitó a Francisco nueve veces en la Santa Sede. Iba dos veces por año y solo se ausentó en el 2020 y 2021 a causa de la pandemia. Además, intercambiaban correos y manuscritos que hoy atesora como quien ha sabido perder a un hermano.

En marzo del año pasado lo visité y regresé muy mal porque lo vi bastante desmejorado. Aquella vez me atendió en su departamento y se disculpó por no poder levantarse. Sentía que mi amigo estaba perdiendo la salud. Nos despedimos con un fuerte abrazo. El 24 de junio vuelvo a viajar y ya me atiende parado, con el bastón, en el saloncito de la planta baja y contándome que preparaba el viaje para Oceanía. Ahí hablamos de la posibilidad de venir a Argentina”, cuenta Pivato.

Pivato visitó a Francisco nueve veces durante su papado.
Pivato visitó a Francisco nueve veces durante su papado.
/ Archivo Personal de Marcelo Pivato

Durante sus doce años como Papa, Francisco no volvió a pisar suelo argentino. La conversación con Pivato revelaría que deseaba hacerlo, sobre todo para visitar a su hermana María Elena, pero que la política siempre lo detuvo.

Él quería venir. Me dijo que quizás en diciembre del 2024, pero tenía que ver dos cosas: cómo estaba él y cómo estaba todo en el país. Él no quería venir en un año electoral para no ser usado por ninguna facción política. Fue un hombre que vivió de acuerdo a sus convicciones religiosas y dio muestras de que no le importaba el lujo. Ahora hay muchos políticos que se arrepienten de cómo se comportaron con él”, señala.

La última comunicación que sostuvieron Pivato y Bergoglio fue el 6 de enero de este año, cuando la madre del primero falleció en su casa. “Le escribí a la dos o tres horas de que mi madre falleciera y a las dos horas me respondió. Él ya no estaba bien pero me brindaba consuelo, sus oraciones y citó a San Agustín para recordarme que ‘la muerte de la madre es el primer dolor de la vida que uno afronta solo’. Luego le escribí dos veces más pero me respondió su asistente porque él estaba internado en el hospital Gemelli”.

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