Mario Ghibellini

Durante su presentación de esta semana en el Congreso, el presidente del Consejo de ministros, , estuvo audaz y temerario. Se lo había citado para interpelarlo, un trance que habitualmente pone al convocado a la defensiva, pero él sacó a relucir su arma secreta –el ceño fruncido– y repartió con aplomo sentencias que, de haber estado sentado en el famoso sillón rojo de Beto, le habrían acarreado un cierto bochorno. “No hay un drenaje de recursos en favor de Petro-Perú”, afirmó, por ejemplo, en determinado momento. Y también: “No ha existido ni existe una defensa cerrada” (de parte del Gabinete a la presidente ). En ambos casos, con una soltura de huesos que sugiere dominio del kundalini.

Ilustración: Composición GEC
Ilustración: Composición GEC

Una de las frases que pronunció ante el pleno, sin embargo, exudó honestidad por todos los poros. “No podemos admitir que las medidas para la lucha contra la delincuencia hayan fracasado”, proclamó cuando la crítica por la inoperancia del Gobierno en ese rubro arreciaba, y a nadie se le ocurrió contradecirlo. Porque lo que dijo no fue que tal fracaso no existiera, sino que ellos no podían admitirlo. Esto es, reconocer ante el país que sus capturas de conductores ebrios y pegalones domésticos –merecidamente detenidos, por supuesto– no habían movido la aguja de los delitos que mantienen a la ciudadanía en zozobra: la extorsión, el sicariato, el secuestro y el homicidio. Como se ha conocido en estos días, solo el 1,39% de las detenciones en flagrancia producidas entre enero y marzo de este año corresponden a esos delitos. La mayor parte de quienes los perpetran sigue, pues, circulando libremente por el territorio nacional y exigiéndole cupos al prójimo o dándole de balazos… Pero esa es una circunstancia que los responsables del Ejecutivo no pueden dar por cierta, porque su próximo paso tendría que ser colocarse el capirote de los ceporros sobre la testa y empezar a empacar.

–Sabiduría y olvido–

La gobernante, el premier y el resto de la hueste menesterosa encargada de proveernos de seguridad necesitan dar la impresión de que todo está bajo control y por eso celebran periódicamente reuniones nimbadas de gravedad militar en un ambiente palaciego rumbosamente bautizado como el “cuarto de guerra”. La verdad, no obstante, es que el aposento de marras tiene más de refugio que de centro de operaciones para arrinconar al Tren de Aragua y sus epígonos. A estas alturas es ya claro que en el Ejecutivo no saben qué hacer con el severo problema que tienen entre manos y en consecuencia es fácil imaginar a sus máximos representantes temblando entre esas cuatro paredes, a la espera de una solución dictada por la Providencia. Aquello, en realidad, no es más que una versión criolla de la habitación del pánico.

Tristemente, los llamados a fiscalizar a los ocupantes de la habitación no destacan tampoco por la luminosidad de sus propuestas para acabar con los males que nos agobian. Nos referimos, desde luego, a los miembros de la representación nacional, cuyas iniciativas oscilan entre alentar a nuestros “malditos” para que asesinen a los “malditos” extranjeros, imponer toques de queda y estados de sitio a discreción y, en buena cuenta, declarar en emergencia la emergencia. Al escucharlos, uno se pregunta si no habrá espacio para ellos también en el “cuarto de guerra”.

Pero no hay que desesperar, porque entre los candidatos que se anuncian para el proceso electoral que se avecina hay algunos que rebosan sabiduría y que sin duda tienen la clave para terminar con esta pesadilla de violencia. Ánimo, usted recuerda cómo se llaman y por qué partido postulan… El problema, sin embargo, es que ellos quizás no.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Mario Ghibellini es periodista

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