Mario Ghibellini

Una cortina de humo blanco que nos llegó de Roma, vía Chiclayo, apartó por un momento los apuros del premier del ojo público. Es seguro, sin embargo, que ellos volverán al primer plano de la refriega política nacional en los próximos días. Como se sabe, existen en el Congreso cuatro iniciativas para censurarlo que probablemente serán debatidas y votadas antes de que la semana que está por empezar termine. Y la situación es de pronóstico reservado.

Ilustración: Víctor Aguilar Rúa
Ilustración: Víctor Aguilar Rúa

Para mandar a un ministro a su casa se necesita el apoyo de al menos 66 parlamentarios y, si se cuentan las distintas firmas que aparecen en una o varias de las mencionadas mociones, ya habría 59 dispuestos a ofrecerlo. Conseguir 7 votitos más de aquí al jueves o viernes, pensaría cualquiera, no tendría que ser una tarea ardua. Pero la historia enseña que en el Palacio de la Plaza Bolívar abundan los ánimos veleidosos y que los que ayer estamparon su rúbrica en determinado documento, mañana podrían retirarla, o sencillamente no votar en el sentido que ese respaldo inicial sugería. Al mismo tiempo, no obstante, el presidente del Consejo de Ministros ha acumulado méritos como para que aun los legisladores que habitualmente les sacan las castañas del fuego a los más penosos secretarios de la señora Boluarte esta vez se sientan tentados a inclinar los pulgares hacia abajo. Las más recientes de esas proezas han sido poner en duda las denuncias sobre la desaparición de los 13 mineros que luego fueron hallados muertos en Pataz y deslizarles a los parlamentarios la amenaza de que, si lo censuran, podrían terminar perdiendo sus curules. Si tras retirarle la confianza a él, una mayoría de la representación nacional se la negase al próximo gabinete con ocasión de su presentación de estreno en el hemiciclo, “la presidenta de la República constitucionalmente puede disolver el Congreso”, les ha recordado… Y lo que ha obtenido como respuesta es una unánime exhibición de colmillos.

–El fantasma de la PCM–

Los legisladores han sabido siempre que esa posibilidad existe, por lo que la reflexión de Adrianzén tiene que haberles dejado un sabor a bravuconada. Son conscientes, por otra parte, de que ese recurso solo estará disponible para la mandataria hasta el 28 de julio de este año y de que, por resentida que esté por el permiso negado para viajar a Roma, no se va a atrever a ponérseles sabrosa, porque antes de que termine de cuadrarse para la bronca, la vacan. Así las cosas, los congresistas podrán proceder en los próximos días con la decapitación del premier o no, dependiendo del pie con el que se hayan levantado esa mañana. Pero, en realidad, el que vayan por un camino o por el otro no va a hacer mucha diferencia. Después de los hachazos que habrá de recibir durante la enumeración de sus miserias en el pleno, en el mejor de los casos el premier quedará como “Nick Casi Decapitado”, el personaje de la saga de Harry Potter que encajó alguna vez 45 golpes del verdugo sin que la cabeza terminara de desprendérsele y se convirtió en un fantasma que deambula por Hogwarts inspirando en el prójimo a veces lástima y a veces risa.

La disyuntiva que el presidente del Consejo de Ministros enfrenta en el futuro inmediato, en consecuencia, es simple: o deja el fajín o se compra un collarín. Porque eso de andar penando por los ambientes de la PCM con la testa colgando para un lado e impartiendo órdenes chuecas es un tanto deslucido y rompe con el protocolo. Pero, sobre todo, deprime.


*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Mario Ghibellini es periodista

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