Mario Ghibellini

El titular del Interior, , estrenó esta semana vocero oficial. Cumplió, digamos, con el sueño del Fredy Hinojosa propio. Según el premier Adrianzén, el personaje en cuestión es un portavoz y no un vocero: una distinción semejante a la que alguien hizo tiempo atrás entre los puentes que se caen y los que se desploman. Pero ya sabemos que el presidente del Consejo de Ministros tiene una vieja herida en relación con ese asunto y no hay que tomarse muy en serio sus disquisiciones al respecto. Lo cierto en cualquier caso es que, al igual que el ya mencionado divulgador de las actividades de la señora Boluarte, la persona designada por Santiváñez –el coronel PNP (r) Carlos López Aedo– comparecerá periódicamente ante la prensa para informar a la ciudadanía sobre las novedades del sector al que se ha incorporado. O, como él mismo ha dicho, para “dar a conocer el trabajo indesmayable que está haciendo la policía”. Una sentencia que habla de la objetividad con la que este funcionario asumirá el reto.

Ilustración: Víctor Aguilar Rúa
Ilustración: Víctor Aguilar Rúa

De inmediato, la decisión del ministro del Interior fue blanco de críticas de algunos de sus predecesores en el cargo. Unos señalaban que estaba renunciando a su responsabilidad de tranquilizar a una población aterrada con el avance de la criminalidad y, otros, que buscaba evitar preguntas incómodas sobre las materias que lo tienen contra las cuerdas desde que se ajustó el fajín. Y si bien es posible hallar mérito en esas observaciones, hay que admitir también que la idea no es un completo desatino. Vamos, está demostrado que, en público y en privado, Santiváñez recita despropósitos. ¿Podemos culparlo, entonces, por haber llegado a la conclusión de que, si de todos modos va a elaborar razones necias, mejor sea otro el que las enuncie?

–Trilogía de panzazos–

Sobre los efectos autolacerantes de su locuacidad en privado, puede dar testimonio su antiguo contertulio Junior Izquierdo Yanaqué, más conocido como “el capitán Culebra”. Y en lo que concierne a sus dislates públicos, este Diario acaba de recordarnos los más sonados. Ahí tenemos, por ejemplo, la supuesta captura del “número 2 de Sendero”, Iván Quispe Palomino, que acabó saliendo en libertad a las 48 horas y exigiendo una rectificación que todavía no llega. O la historia del sereno de la Municipalidad de Lima Carlos Lunavictoria, identificado falsamente por el ministro como “uno de los extorsionadores más peligrosos del Perú” y a la espera también de una disculpa. No menos rochosa, por otra parte, ha sido la desmentida vinculación del contador trujillano Guillermo Ruiz Carbajal a la banda de “Los Pulpos” en un comunicado del Ministerio del Interior… Una trilogía de panzazos que nos exime de abundar en la caracterización de los descaminados parloteos de Santiváñez. A estas alturas, hasta él sabe que su próxima chapuza retórica está garantizada. Pero al trasladarle la tarea de modularla a otro, está ensayando una especie de truco de ventrílocuo que podría librarlo del escarnio posterior. Supongamos que el vocero sale a anunciar – por encargo, obviamente – que la policía ha intervenido la guarida de “Los Nuevos Retacos” y luego se descubre que lo que se ha allanado es en realidad un orfelinato. Pues bien, el ministro simplemente se desentiende del desaguisado y pone cara de sorpresa. Podemos imaginarlo, incluso, señalando a su flamante colaborador y comentando: “¡Este tipo dice cada cosa!”.

Un numerito deleznable, por cierto, pero que cuenta en el Congreso con un público que de seguro no le escatimará aplausos. A su manera, las bancadas de Fuerza Popular, Alianza Para el Progreso y Perú Libre componen también una trilogía, pero de caracterización todavía pendiente.


*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Mario Ghibellini es periodista

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