
No es la ideología lo que los une, sino las narrativas. Lo que tienen en común es que ambos fueron destituidos por el Congreso, que usaron como bandera política el enfrentamiento con el Parlamento y que los dos enfrentan procesos por corrupción. El cinismo y el poco aprecio por la verdad son otras dos características en las que coinciden. Un detalle más: comparten el mismo escudero.
En los últimos meses, han surgido afinidades sospechosas e indicios de una conexión política entre Martín Vizcarra y Pedro Castillo. Para empezar, Alejandro Salas, el ahora portavoz del varias veces vacunado expresidente fue en su momento un ardoroso adulador y ministro del gobierno del golpista encarcelado.
En febrero de este año, llamaron la atención las acrobacias verbales de Vizcarra para justificar el golpe de Estado de Castillo. En una entrevista con “La República”, aseguró que este “dio un mensaje golpista, pero no dio un golpe de Estado”. Ni Pasión Dávila lo hubiera hecho mejor. Fiel a sus antecedentes, pero infiel con la verdad, el Martín Vizcarra del 2025 traicionó a su yo del 2022, a aquel que escribió con falsa indignación: “Rechazo totalmente el golpe de Estado de Pedro Castillo”.
Esta semana, el Congreso no logró las adhesiones necesarias para aprobar la tercera inhabilitación contra Vizcarra. La mayoría de votos en rojo y en abstención provinieron de las bancadas afines al castillismo. Ahí estaban, por ejemplo, el ya mencionado Dávila, Roberto Sánchez (aliado de Antauro Humala y ahora incondicional defensor de Vizcarra) y Guillermo Bermejo (asiduo visitante de Palacio durante el gobierno de Perú Libre).
Aún se ignora qué se trae entre manos ese par. Lo que está claro es que ninguno de ellos puede postular a la presidencia. Pueden tener alguna capacidad de endoso, pero quien se beneficiará de ello será, con toda seguridad, algún personaje turbio de nuestra política.