
En un movimiento que promete transformar su panorama económico y geopolítico, Colombia firmó el 14 de mayo su ingreso a la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China, conocida popularmente como la Ruta de la Seda. Esta estrategia, impulsada por Pekín desde 2013, busca reforzar la conectividad global a través de megaproyectos de infraestructura, tecnología y cooperación financiera, uniendo Asia, Europa, África y América Latina.
Con más de 150 países ya adheridos, la Ruta de la Seda se ha convertido en uno de los proyectos más ambiciosos del siglo XXI. Sin embargo, también ha generado controversias. A pesar de su expansión, varios países han replanteado su participación debido a preocupaciones sobre transparencia, sostenibilidad de la deuda y autonomía económica. Italia y Panamá, por ejemplo, abandonaron el acuerdo recientemente, alegando falta de beneficios y presiones geopolíticas.
Según la Cancillería, la firma no implica obligaciones legales, ni compromete la soberanía del país. “Cada proyecto será evaluado caso por caso”, aseguraron las autoridades, que también destacaron que los objetivos incluyen la transición energética, la reindustrialización del sector salud, el fortalecimiento agroindustrial y el desarrollo de inteligencia artificial e infraestructura tecnológica.

LAS REACCIONES INTERNAS NO SE HICIERON ESPERAR
Diversas voces del ámbito político y económico han manifestado inquietudes frente a los efectos que podría tener esta decisión. David Luna, exsenador y precandidato presidencial, exigió claridad sobre los compromisos asumidos. “Los colombianos merecemos saber el trasfondo de las decisiones que toma un gobierno. Las cosas sobre la mesa y con la verdad”, expresó.
En sintonía con ese escepticismo, José Manuel Restrepo, exministro de Hacienda, advirtió que la industria nacional podría estar en riesgo. “Este acuerdo podría abrir la puerta a prácticas comerciales desleales. Y la falta de una agenda clara en el viaje del presidente Petro agrava la preocupación”, declaró. La crítica se centra en que, si bien se habla de cooperación, los términos concretos aún no están definidos públicamente.
También desde el Congreso se alzaron voces de alerta. Katherine Miranda, representante por la Alianza Verde, pidió que se someta a debate legislativo cualquier compromiso que pueda comprometer la soberanía económica del país. “El Congreso no puede ser un simple espectador”, insistió. Por su parte, Bruce Mac Master, presidente de la Andi, fue categórico: “China no tiene interés en comprar productos de valor agregado. Puede tener muchos costos y ningún beneficio para Colombia”.

LA CANCILLERÍA DEFIENDE SU POSICIÓN
En contraste, la Cancillería colombiana sostiene que esta firma abre una puerta a la diversificación de socios comerciales y al posicionamiento en Asia, sin abandonar los lazos tradicionales con Occidente. También se mencionó la posibilidad de acceder a financiamiento concesionado y cooperación no reembolsable para proyectos estratégicos, especialmente en zonas marginadas.
El dilema, entonces, parece ser de visión. ¿Se trata de una apuesta audaz por un nuevo modelo de desarrollo, o una decisión apresurada que podría comprometer la economía local? Aún es pronto para saberlo. Lo cierto es que Colombia se suma a un tablero global donde los equilibrios geopolíticos están cambiando, y donde China busca ampliar su influencia a través del desarrollo y la inversión.
Cabe destacar que esta no es una jugada aislada. En América Latina, 21 países ya forman parte de la Ruta de la Seda, incluyendo economías tan diversas como Brasil, Perú y Venezuela. Sin embargo, también en la región se revisan los acuerdos con lupa: Argentina, Chile y Uruguay evalúan sus niveles de compromiso, ante las mismas preocupaciones que hoy surgen en Colombia.

Periodista con experiencia en redacción y creación de contenido digital. Soy licenciado de la Universidad Jaime Bausate y Meza. Trabajé en medios de comunicación y agencias de marketing. Experiencia también como fotógrafo en campos deportivos.