
La intención primera al iniciar la escritura de “Mi nombre es Emilia del Valle”, fue contar la guerra civil sufrida en Chile en 1891. Una historia que los peruanos conocemos poco y que, paradójicamente, ocurrió pocos años después de la Guerra del Pacífico, periodo del que creemos saber mucho. Como nos explica la escritora chilena, esta guerra tiene notables correspondencias con lo que sucedió 80 años más tarde, en 1973, con el gobierno de Salvador Allende. “En ambos casos se trató de un presidente progresista que quiso incorporar al pueblo, hacer grandes cambios, nacionalizar las compañías en manos de extranjeros. Ambos se enfrentaron a una tremenda oposición. En el primer caso el ejército y la marina se dividieron y hubo una guerra civil. En el segundo, todas las fuerzas armadas fueron contra el gobierno y tuvimos lo que sabemos: el golpe militar y 17 años de dictadura. Y en ambos casos, el presidente, sea José Manuel Balmaceda o Salvador Allende, prefirieron el suicidio antes que el exilio. Ambas son figuras heroicas. Es un paralelo extraordinario”, afirma la escritora vía un zoom que la encuentra en su residencia en el norte de California, cerca de San Francisco.
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-Y por eso también tu nueva novela tiene ecos con “La Casa de Los espíritus”, al mostrar la lucha fratricida entre chilenos. ¿Cuál es el origen de este odio?
Es terrible. La lucha fratricida es peor que una guerra. En Estados Unidos murieron más personas en la guerra civil que en todas sus guerras. Personas que se matan de una manera atroz, peleando muchas veces sin saber por qué. En Chile, en los pocos meses que duró esa guerra civil, murieron más chilenos que en la guerra contra el Perú y Bolivia, que duró 4 años. Fue una masacre.
-Los lectores peruanos sabemos muy poco de la convulsión vivida en Chile pocos años después de la guerra del Pacífico. E ignoramos el papel que tuvo Inglaterra y sus intereses económicos.
Hay una frase de Balmaceda que recojo en el libro, donde dice que tras la guerra le había caído una fortuna encima a Chile y que podíamos hacer un gran país con ella. Porque lo que quería la derecha era gastarse ese dinero. No veía ninguna necesidad de ponerse a hacer puentes, caminos o invertir en educación. Balmaceda decía que esa plata no iba a durar para siempre. Hubo muchos conflictos desde la Guerra del Pacífico hasta Balmaceda. Y después de él tuvimos una serie de regímenes parlamentarios que fueron un desastre.
-¿Vencer en la guerra fue para Chile su propia maldición?
Hasta cierto punto, sí.

-En tu novela muestras esa justificación “civilizadora” de la guerra: considerar al otro como “indios ignorantes”. ¿Cuánto se mantiene esta visión racista a la hora de relacionarnos entre nuestros pueblos?
Yo creo que esa justificación dura lo que dura la guerra. Y después se desvanece, porque no tiene ningún fundamento. Para pelear y matar debes creer que el otro es culpable de todo y que es un ser inferior. Mira lo que pasa ahora en Estados Unidos: el proyecto de Trump y su gente es tener una nación blanca cristiana. Ayer llegaron sudafricanos blancos como “refugiados”, mientras están expulsando a toda la gente latina. Los deportan diciendo que son criminales, violadores, ladrones, narcotraficantes. ¿Cómo justificas tú la deportación masiva de gente, de trabajadores que han estado aquí por años? Como gente “inferior”. Hicieron lo mismo los nazis con los judíos. Tienes que demonizar a quien consideras tu enemigo.
-¿Cómo descubriste esos vasos comunicantes entre la Guerra Civil de 1891 y lo que sucedió en el golpe de 1973?
No lo había estudiado, pero lo presentía. Cuando me enteré de la guerra civil, empecé a ver los paralelos. Al investigar a fondo para la novela me ayudó mucho mi hermano Juan, que es un profesor retirado de ciencias sociales, especialista en América Latina. Ahí empezaron a aparecer muchos paralelos. Por supuesto, Emilia del Valle, que narra y protagoniza la historia, no puede saber lo que sucederá en el futuro. Queda en manos del lector hacer la conexión.
-Otro mundo desarrollado en la novela es el de la California del último cuarto del siglo XIX, que desarrollaste en “La hija de la Fortuna”. ¿Por qué volver a ese mundo?
Yo quería contar la guerra civil en Chile, pero desde una voz neutra, que no tomara partido, que simplemente contara los hechos. Y para eso necesitaba traer a alguien de afuera. Alguien que viniera de Inglaterra o de Estados Unidos, las dos potencias que entonces estaban interviniendo en las minas de la región. No sé nada de Inglaterra, pero vivo en California. Recordé que en esos años se había inaugurado y tenía mucha influencia en Chicago “The Daily Examiner”, que existió hasta hace poco. Y pensé que mi personaje podía ser un periodista de ese diario. Y quería que sea una mujer. Las mujeres entonces no tenían opción de ser periodistas, y mucho menos corresponsales de guerra. Y mi protagonista lo logra de alguna manera. Cuando yo empecé a escribir y le mandé mi primera novela a Carmen Balcells en España, ella me dijo: “Vas a tener que hacer el doble de esfuerzo que cualquier hombre para obtener la mitad de reconocimiento y respeto”. Esa frase la tengo presente siempre, porque ha sido mi vida. Y un personaje como Emilia del Valle tendría que hacer diez veces más esfuerzo aun.
-Emilia trabaja en el Daily Examiner, que fue propiedad de William Randolph Hearst, polémico por su instigación de la Guerra Hispano-Estadounidense de 1898. ¿Crees que su legado en el periodismo debería revisarse?
Hearst es el patriarca de la prensa, sin duda. Cuenta que se ganó la propiedad de ese periódico en un juego de cartas. Pero él ya tenía la idea de crear un imperio de prensa en todas las ciudades importantes de Estados Unidos. En el “Daily Examiner” colaboraban los grandes escritores del momento, como Mark Twain y muchos otros. No existía nada más que la prensa escrita para la información de la gente. Ahora, lo curioso es que en Chile, entonces había más periódicos que en Estados Unidos. Todo el mundo leía el periódico. Por ejemplo, los mineros del norte estaban totalmente politizados y publicaban periódicos de solo cuatro páginas. Estaban al día de todo. La prensa era fundamental.
-En tu novela, Emilia del Valle busca en Chile sus raíces, aprovecha la cobertura de la guerra para buscar a su padre y descubre una herencia sorprendente. ¿Hay en este libro una intención clara de hablar del tema migratorio, tan criminalizado hoy en Estados Unidos?
Fíjate que no fue una intención consciente. Pero sucede con todos los libros que he escrito en los últimos diez años, por lo menos. Todos ellos tienen que ver con gente desplazada, migrantes, refugiados. En el mundo existen actualmente 117 millones de refugiados, la mayor parte son mujeres. Y no encuentran lugar en ninguna parte, nadie los quiere. Y cada vez habrá más. No solo por la violencia, sino por el cambio climático. Hoy todo es global: el narcotráfico, las armas, el dinero, el poder, el jetset, los medios de comunicación… excepto la gente. La gente está encerrada donde le tocó nacer por casualidad. Yo vivo rodeada de gente latina. ¿Quiénes son los latinos en Estados Unidos? Los jardineros, la nana que cuida a los niños, la señora que cuida a los mayores, los que te atienden en los restaurantes, los que trabajan en todos los servicios, en toda la agricultura. Esta gente lleva aquí años, algunos sin papeles. Y pasa la inmigración y los recoge indistintamente. Una jueza dice que esto no puede ser, y se la llevan presa. Hemos llegado al punto del despelote y del autoritarismo.
-¿Y por qué se vive en Estados Unidos tal impunidad frente a las políticas de Trump?
No lo sé. ¿Por qué está pasando esto? A cualquier otro presidente ya lo habían echado.
-¿Dónde está la oposición?
Es lo que yo me pregunto. ¿Qué pasó con el Partido Demócrata? El margen de votos con el que se impuso el Partido Republicano fue muy pequeño. Tenemos a una minoría mandando y todo a través de órdenes ejecutivas que no pasan por el Congreso. Trump está desafiando a la Corte Suprema. No le hace caso, simplemente. Y la Corte Suprema no tiene poder para imponerse. El suyo es el poder de la Constitución, que no está siendo respetada.